De los escritores modernistas ingleses no fueron ni Joyce ni Eliot los que pusieron patas arriba los valores victorianos más rancios. De hecho, sólo los libros de Virginia Woolf por un lado (sobre todo, sus ensayos) y las de D. H. Lawrence por otro, provocaron grietas en el armazón bienpensante e hipócrita del Imperio Británico (God save the Queen). Realmente en ellos dos se siente el pálpito crítico de una parte de la sociedad que, aun sabiéndose rechazada por la mayoría, se ve reflejada en valores éticos mucho más firmes y democráticos. Resulta interesante hacer una lectura de Mujeres enamoradas (Women in Love, 1920) bajo la luz de las obras de otro de los grandes patriarcas literarios: Henry James. Con James comparte Lawrence el origen social y cultural de algunos de sus personajes (esa nobleza británica tan flemática como herida de muerte), pero lo que en el primero es profundidad psicológica, hasta el punto de llegar a producir vértigo en sus últimos libros, en el autor de El amante de Lady Chatterley es riqueza de diálogos y vitalidad de pensamientos ¿Se me permitirá el símil entre una pieza de mojama y un banco de arenques vivitos y coleando? Así veo yo la distancia entre el manierismo elegante de Las alas de la paloma y el puñetazo en el estómago de Mujeres enamoradas.