la letra sin sangre entra

Blog de libros y literatura escrito por Francisco Herrera

26 abril 2006

 

Los golfos apandadores en la biblioteca

Lógico, y se veía venir. Después de las campañas psicóticas de la SGAE y sus secuaces, ahora le llega el turno a las bibliotecas. Resulta curioso que sean las asociaciones de escritores las que promueven medidas para recaudar nuevos peajes de sus libros. Me pregunto qué sería de la gran mayoría de los profesionales de la escritura sin las subvenciones públicas.

En cualquier caso, es absolutamente estúpida la pretensión de cobrar al usuario de las escuchimizadas bibliotecas públicas españolas por el uso de sus fondos. En primer lugar porque ya hemos pagado (todos) por esos derechos al adquirir el libro (con fondos públicos, no lo olvidemos). Y segundo porque somos el país europeo con los hábitos de lectura menos envidiables, por calificarlos de algún modo, para que encima vengan con restricciones. No sería extraño que pronto viéramos en la primera página de los libros la siguiente advertencia: “Queda terminantemente prohibida la difusión o el préstamo de este ejemplar sin la autorización expresa de los propietarios de sus derechos de autor como recoge la ley tal y tal barra cual y artículo tal que recoge el nuevo código penal”. Recuérdenlo: prestar un libro será delito. Y no digo ya leerlo en público. A este paso, Farenheit 451 se nos va a quedar corto.

Mi propuesta. Si hay que pagar canon por el préstamo bibliotecario, que se retiren todas las subvenciones públicas relacionadas con la escritura. Ni premios, ni becas, ni ayudas a la creación. A vivir del cuento, que para eso escriben ¿no?

25 abril 2006

 

Desconcierto barroco

Sé que soy prejuicioso y de ideas fijas, maniático y rencoroso. Me refiero a mi forma de leer, claro. Cuando era muy joven leí bastante literatura hispanoamericana y de esa época me queda mucho respeto por las letras del otro lado del atlántico, pero también un sentimiento crítico que no me permite dejar pasar la charlatanería revestida de alta escritura. Hay que darse cuenta la enorme cantidad de subproductos que nos quieren hacer vender como si fuera verdadera literatura y no artefactos de papel armados con mucha tijera y algo de pegamento. En esta lista hay nombres evidentes del tipo Isabel Allende y Luís Sepúlveda, pero en general no son más que bacterias poco dañinas por lo insulso de sus ataques.

El problema surge cuando se levantan dioses con las costuras descosidas, generalmente ídolos de un momento histórico que sufren horrores con el paso del tiempo. A algunos de ellos habrá que pasarlos por el cedazo para limpiarlos de tanta paja como se les quedó impregnada. Estoy pensando en Julio Cortázar y, sobre todo, en Alejo Carpentier. Del primero que nadie me diga que todavía se pueden leer somníferos del tipo El libro de Manuel sin empezar a roncar. Del segundo dudo que podamos salvar a la mayoría de sus títulos.

De todos modos, como uno no quiere parecer más tonto de lo que ya es, pensé que debía hacer algo por luchar contra los prejuicios y me envalentoné frente al Concierto barroco de Carpentier. La lectura empezó mal, para que voy a mentir, con ese estilo que pretende ser barroco y se queda en volutas rococó (ay, qué fue del Paradiso lezamiano). La cosa se enderezó cuando se plantearon los dos personajes principales: un amo mexicano en viaje por Europa y su lacayo negro cubano que se dirigen a Venecia. Por un momento pensé que podía tratarse de un nuevo Fray Servando, como el de El mundo alucinante de Reinaldo Arenas, pero ni de lejos. Al final todo queda en agua de borrajas, se mezclan churras con merinas, se hacen cuatro gracietas que quieren ser divertidas y apenas llegan a chuscas, como cuando un supuesto Antonioni le espeta a un presunto Haendel un ¡dale sajón del carajo! que da risa pero por lo ridículo y no por lo ingenioso. Y así hasta el final. Suerte que apenas llega a las cien páginas. Parece que hay prejuicios que es mejor mantener.

17 abril 2006

 

La caza del carnero Murakami

Los lectores fanáticos de Norwegian Wood dicen no entender las primeras novelas de Haruki Murakami por excesivamente fantásticas y algo crípticas. Los detractores de sus últimos libros lo enlodan por demasiado comercial. Pero yo veo una perfecta continuidad entre sus novelas. A lo mejor no he entendido la realidad de La caza del carnero salvaje ni la imaginación de Norwegian Wood. Será eso.

11 abril 2006

 

Mis terrores favoritos

Igual que tenemos nuestros autores de cabecera a ver quién no tiene un escritor que le repele especialmente o una novelista que le produce el mismo efecto que la uña sobre el encerado. Yo por lo menos no tiraré la primera piedra. En mi caso, parece que mi dis/gustos se limitan a algunos autores con los que comparto lengua. De entre los repelentes patrios, no aguanto a Rosa Montero ni a Javier Marías. De la primera me sorprendió ya cuando estaba estudiando en la universidad que incluso hubiera gente que le dedicaba trabajos de investigación, aunque nunca supe qué podían investigar (si acaso medirían la hondura del vacío). De Javier Marías, juro por las obras completas de Henry James, he intentado leer sus novelas más famosas, pero siempre me he quedado transpuesto como un bendito. Los autores latinoamericanos que peor le sientan a mi hígado son, con diferencia, Eduardo Galeano (claro favorito al premio por lo farragoso de su prosa tremendista) y Mario Benedetti. Los dos comparten poca vergüenza al presentarse como autores comprometidos, pero sin especificar con qué. Por favor, que alguien funde una ONG para autores insufribles para que hagan de buenos samaritanos sin darnos la tabarra a los pobrecitos lectores.

07 abril 2006

 

El novelista que volvió de las tinieblas

A sus lectores nos gusta pensar que Joseph Conrad tuvo una vida plena de aventuras en lugares exóticos del Índico, el Caribe o el Cuerno de África. Lo que nos atrae a la mayoría es esa imagen tan equilibrada que da entre un gentleman indudablemente flemático y un curtido lobo de mar (¿por qué será que los lobos de mar siempre acaban curtidos como el cuero?). Desde luego, este no es más que un cliché que nos ponemos delante de los ojos para mirar el eclipse Conrad sin que se nos dañe la vista. Si prescindimos de hechos demasiado concretos como el de que nació en un lugar que, según los mapas, ya no existe (ni es Polonia, ni es Rusia, sino Ucrania actualmente), que se hizo (o lo hicieron) súbdito de un imperio que estaba a punto de quebrarse por el espinazo y que disfrutó de la vida en el mar como ningún otro autor conocido lo ha hecho jamás, no sabemos tampoco tanto sobre lo que realmente pasaba por su cabeza. Es verdad que El corazón de las tinieblas y Lord Jim han sido las obras favoritas del gran público, pero yo prefiero El negro del Narcissus y El pirata, dos de sus novelas casi siempre desdeñadas por menores. ¿Menores con respecto a qué?

06 abril 2006

 

Danbrowneando por ahí

Cada vez se hace más evidente que el mundo literario sufre de esquizofrenia con respecto a la cuestión del éxito. La inmensa mayoría de los productos editoriales que saltan a los escaparates lo hacen para ganar dinero y, en algunos casos, cuota de poder, arañando la portada del vecino si es necesario, pero cuando se presenta un caballo ganador, todo el mundo se rasga las vestiduras. ¿A quién no le apetece escupirle a la cara a Paulo Coelho y decirle lo mal que escribe? Pero es que esa no es la cuestión. Nadie le paga a ese señor, ni a ningún otro, para que escriba bien, sino para que produzca los libros que la gran mayoría de los lectores quiere leer. Nos guste o no, es así y siempre lo fue. A ver quién es el bonito que nos intenta convencer de que en 1920 sólo se leía a Proust y a Joyce.

Toda esto viene a cuento porque he encontrado en menéame una página que genera automáticamente argumentos y portadas al más puro estilo danbrownesco. De todas las que he probado mi favorita es esta: Como todo el mundo sabe, La Orden de los Caballeros de la Tabla Redonda es un temible lobby oculto. El secreto del Gol de Zarra ha sido guardado por este siniestro grupo durante casi una eternidad, aunque se puede descifrar en un boceto bien conservado de Miguel Ángel.

Que el Grado 33 os coja confesados.




03 abril 2006

 

Kundera nos deja en suspenso

Una de las características de la novela que se está perdiendo con más rapidez es la capacidad para el quiebro y la sorpresa. Ian Mc Ewan es un maestro en este difícil arte, pero sin duda el gran driblador es Milan Kundera. En La despedida lo hace con un solo adverbio: lentamente. Ni el adjetivo, tan caro al barroquismo, ni el verbo; un simple y vulgar adverbio. Ya nos lo dijo él mismo en Los testamentos traicionados: la novela es el territorio en el que se suspende el juicio moral. Y con esto nos deja a todos en suspenso.

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