A sus lectores nos gusta pensar que Joseph Conrad tuvo una vida plena de aventuras en lugares exóticos del Índico, el Caribe o el Cuerno de África. Lo que nos atrae a la mayoría es esa imagen tan equilibrada que da entre un gentleman indudablemente flemático y un curtido lobo de mar (¿por qué será que los lobos de mar siempre acaban curtidos como el cuero?). Desde luego, este no es más que un cliché que nos ponemos delante de los ojos para mirar el eclipse Conrad sin que se nos dañe la vista. Si prescindimos de hechos demasiado concretos como el de que nació en un lugar que, según los mapas, ya no existe (ni es Polonia, ni es Rusia, sino Ucrania actualmente), que se hizo (o lo hicieron) súbdito de un imperio que estaba a punto de quebrarse por el espinazo y que disfrutó de la vida en el mar como ningún otro autor conocido lo ha hecho jamás, no sabemos tampoco tanto sobre lo que realmente pasaba por su cabeza. Es verdad que El corazón de las tinieblas y Lord Jim han sido las obras favoritas del gran público, pero yo prefiero El negro del Narcissus y El pirata, dos de sus novelas casi siempre desdeñadas por menores. ¿Menores con respecto a qué?abril 2004 mayo 2004 junio 2004 julio 2004 agosto 2004 septiembre 2004 octubre 2004 noviembre 2004 diciembre 2004 enero 2005 febrero 2005 marzo 2005 abril 2005 mayo 2005 junio 2005 julio 2005 agosto 2005 septiembre 2005 octubre 2005 noviembre 2005 diciembre 2005 enero 2006 febrero 2006 marzo 2006 abril 2006 mayo 2006 junio 2006 julio 2006 agosto 2006 septiembre 2006
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