Sé que soy prejuicioso y de ideas fijas, maniático y rencoroso. Me refiero a mi forma de leer, claro. Cuando era muy joven leí bastante literatura hispanoamericana y de esa época me queda mucho respeto por las letras del otro lado del atlántico, pero también un sentimiento crítico que no me permite dejar pasar la charlatanería revestida de alta escritura. Hay que darse cuenta la enorme cantidad de subproductos que nos quieren hacer vender como si fuera verdadera literatura y no artefactos de papel armados con mucha tijera y algo de pegamento. En esta lista hay nombres evidentes del tipo Isabel Allende y Luís Sepúlveda, pero en general no son más que bacterias poco dañinas por lo insulso de sus ataques.El problema surge cuando se levantan dioses con las costuras descosidas, generalmente ídolos de un momento histórico que sufren horrores con el paso del tiempo. A algunos de ellos habrá que pasarlos por el cedazo para limpiarlos de tanta paja como se les quedó impregnada. Estoy pensando en Julio Cortázar y, sobre todo, en Alejo Carpentier. Del primero que nadie me diga que todavía se pueden leer somníferos del tipo El libro de Manuel sin empezar a roncar. Del segundo dudo que podamos salvar a la mayoría de sus títulos.De todos modos, como uno no quiere parecer más tonto de lo que ya es, pensé que debía hacer algo por luchar contra los prejuicios y me envalentoné frente al Concierto barroco de Carpentier. La lectura empezó mal, para que voy a mentir, con ese estilo que pretende ser barroco y se queda en volutas rococó (ay, qué fue del Paradiso lezamiano). La cosa se enderezó cuando se plantearon los dos personajes principales: un amo mexicano en viaje por Europa y su lacayo negro cubano que se dirigen a Venecia. Por un momento pensé que podía tratarse de un nuevo Fray Servando, como el de El mundo alucinante de Reinaldo Arenas, pero ni de lejos. Al final todo queda en agua de borrajas, se mezclan churras con merinas, se hacen cuatro gracietas que quieren ser divertidas y apenas llegan a chuscas, como cuando un supuesto Antonioni le espeta a un presunto Haendel un ¡dale sajón del carajo! que da risa pero por lo ridículo y no por lo ingenioso. Y así hasta el final. Suerte que apenas llega a las cien páginas. Parece que hay prejuicios que es mejor mantener.