-Qué pareja más rara- es lo primero que se nos ocurre al imaginar el encuentro en 1925 en el
Dingo Bar entre el aceite y el agua de la literatura norteamericana a orillas del Sena.
Hemingway se empeñó en dar una imagen ridícula de su amigo (en especial en el retrato que de él hizo en
París era una fiesta,
A Moveable Feast), a pesar de que éste le había echado una buena mano cuando sólo era un
parvenu, un
amateur con todo el camino por recorrer. En cualquier caso, es demasiado fácil criticar a
Hemingway por su prepotencia y preferir a
Scott-Fitzgerald por su saber estar, pero resultaría ridículo tener que elegir entre alguno de los dos. Ni ying ni yan. Es curioso que ya en 1934 un tal Alajalov publicara en
Vanity Fair una
caricatura del primero haciendo hincapié en su pose de aventurero de recortable, con trajes de quita y pon de “toreador”, “generación perdida” o “soldado desconocido”. Pero no sé de nadie que haya escrito un alegato más efectivo contra la guerra que
Adiós a las armas (
A Farewell to Arms).