Como ocurre con los flaubertianos, los amantes y seguidores del genio de Lübeck se dividen generalmente entre los severos “montañamagiquistas” y los dramáticos “doktorfaustusianos” (y raramente en “muertenveneciafílicos”, secta minoritria y poco recomendable.
Los primeros sacan a relucir la caracterización de los personajes, la fabulosa elección del paisaje como fuerza bruta del libro para disculpar su preferencia por
La Montaña Mágica. Ahora que lo recuerdo, en Asturias hay una fonda –lo que en la jerga moderna se llama un alojamiento rural- que se llama de igual modo y que colecciona ediciones de todo el mundo de este título; además si vas y les regalas una edición que no tienen te puedes alojar gratis.
Los aficionados que izan la bandera del
Doktor Faustus se parapetan en un
Thomas Mann escondido trás su riqueza intelectual, su fervor melómano y la exaltación de la amistad por encima de todo. Los sectarios de la
Muerte en Venecia son en muchos casos exaltados decadentistas (si se nos permite el oxímoron) y venecianistas (con perdón de la corriente poética homónima).
Por cierto, qué juguete mágico es la versión de
Visconti, cuádruple obra de arte. En primer lugar está el aspecto literario, con esa fusión creciente entre el deseo y el destino; luego el aspecto muscial (con
Mahler) y la excelente ocurrencia de trasladar el oficio del protagonista a la dirección de orquesta. En tercer lugar está el objeto fílmico en sí con la excelente actuación de
Dirk Bogarde y una ambientación cuidadosísima. Y en último puesto, la ciudad de Venecia en sí, un lujo imponderable que el mundo actual quizá no se merezca.
Por estas palabras se puede pensar que esta es mi obra manniana favorita. Pudiera ser. Pero también me entusiasman la recoleta
Mario y el mago y los primeros capítulos de
Las confesiones del estafador Felix Krull, auténtica picaresca contemporánea, cuyo final en falso la desmerece de forma tan injusta como imprevista. Lástima que
Mann no encontrara tiempo y ocasión para continuar las diabluras del feliz a su manera Félix.