Se queja
Joseph Conrad a su amigo
John Galsworthy en carta remitida hacia 1909:
Mi editor acaba de enviarme la liquidación donde leo que todas mis inmortales obras -son trece- me han proporcionado el año pasado menos de cinco libras de derechos de autor. Eso es lo que enfría ese gozo de vivir que debería arder como una llama en el corazón de un escritor, para que, como un motor de explosión, pudiera hacer correr su pluma a treinta páginas por hora. Este es para mí el verdadero dilema del escritor y no tanto el que habitualmente se plantea entre la vida social y la actividad creadora torremarfileña que refleja el
Tonio Kröger de
Thomas Mann. Así resume esta última dicotomía el protagonista del opúsculo manniano también por carta (escrita a su amiga Lisaveta Ivánovna):
Admiro a los orgullosos y gélidos que se aventuran en las selvas de la etérea belleza y menosprecian al "hombre"... Pero no los envidio. Pues si algo es capaz de transformar a un mero literato en poeta, es este amor mío, tan burgués, a todo lo humano, lo vivo y lo normal.