Encuentro por más que pura casualidad este cartel chileno de una feria del libro. Es bizarro,
naïve, divertido. Es entonces cuando me acuerdo de un artículo en la revista
Cuadernos de Pedagogía de hace por lo menos doce años en el que
Félix de Azúa se preguntaba para qué leer. No sé si ese autor se hará todavía esa pregunta pero yo voy a intentar responder a la contraria ¿para qué no leer? Me imagino que uno no lee para saber más, para no perder el tiempo, para no ganarlo, para ser el más listo, para parecerlo, para subirse a un árbol (como el Barón Rampante), para caerse de él, para romperse la crisma, para que lo metan en las estadísticas, para que lo saquen, aunque sea con calzador, para que no llueva tanto, para que se acabe la sequía, para que saquen al santo del pueblo en andas, para que se le caigan los dientes, para tener más miopía, para que le salude el vecino, para ser más pedante, para engatusar a sus amigos, para emperrar a sus enemigos y para qué se yo.