Con los comentarios de
Quentin Bell sobre el salto generacional entre el victorianismo tardío de
Leslie Stephen (el padre de
Virginia Woolf) y su amigo
Henry James y el grupo de Bloomsbury, sutilmente capitaneado por las jóvenes
Stephen (
Woolf y
Bell respectivamente de casadas), se llega a una comprensión mejor de este aspecto de la historia literaria inglesa. Con la nueva generación se ha roto el corsé de las buenas formas y se ha ganado, desde luego, en espontaneidad. El autor de
Las bostonianas se queja amargamente: “¡Deplorable, deplorable! ¿Cómo han podido
Vanessa y
Virginia reunir semejantes amigos?”. Por su parte la futura
Woolf describe así sus sensaciones ante ciertos comentarios del señor
James sobre su idea de hacerse escritora: “Me sentí como un condenado que ve caer el cuchillo, pararse y caer de nuevo”. Claro que ella no se quedó atrás a la hora de enjuiciar el estilo literario del amigo de su padre: “No resulta desagradable, sino muy tranquilo, como un paseo en el crepúsculo, pero no es la materia de un genio: no, debería ser una corriente arremolinada”. Una corriente arremolinada: creo que no hay manera de definir mejor la separación entre la tranquila orilla victoriana y el mar embravecido del modernismo woolfiano. ¿Y acaso no fue bajo el curso embravecido de un río que Virginia recortó su vida?