Hace unos meses recogí el comentario de
Augusto Monterroso en el que se pregunta si hay un placer por escribir. Imagino que esa pregunta es de obligado planteamiento para cada escritor y que cada uno resolverá, como buenamente pueda, la cuestión. Por eso no es de extrañar que, en un día como hoy, pero de 1908,
Lev N. Tolstoi se planteara el dilema:
¿por qué escribo esto? ¿no habrá un deseo personal de algo para mí? Y puedo responder con certeza que no, que si escribo es únicamente porque no puedo callar, porque me parecería que hago mal si callo, como me parecería mal no intentar detener a unos niños que estuvieran a punto de caer a un precipicio o de ser arrollados por un tren. Creo que la comparación es lo suficientemente vigorosa como para no tener que darle más vueltas al asunto: se escribe por necesidad, por imperativo moral.
Claro que otra pregunta que se puede hacer, en relación con al anterior, es ¿por qué se hace crítica de lo que se escribe? ¿son los críticos escritores de segunda categoría?
Johann Wolfgang von Goethe tiene su opinión propia, como en tantas ocasiones, sobre el tema:
cada vez me resulta más insoportables los juicios de quienes son incapaces de producir algo propio; sus palabras me repugnan tanto como el humo del tabaco (desde Roma, en un día como hoy pero de 1788).