Hay un modelo de escritor, quizá el más propenso a llevar diarios, que yo calificaría como autor total. Vive y muere para la literatura, o al menos, para lo que ellos consideran literatura. Los libros son más que una profesión de vida, una profesión de fe. Se vive con ellos o contra ellos pero no hay medias tintas. Eso es lo que quiere transmitir
Rainer Marie Rilke en la carta que en un día como hoy pero hace ciento dos años le envía a un joven amigo que empezaba a infligir versos:
Basta, como he dicho, sentir que se podría vivir sin escribir para no deber hacerlo en absoluto. Uno de esos escritores profesionales sería, por supuesto, el padre de
Madame Bovary.
Cesare Pavese nos advierte con ironía soterrada:
Guárdate bien de tomar en serio las críticas de Flaubert a la realidad: no están hechas según otro principio que éste: todo es cieno, salvo el artista concienzudo (
El oficio de vivir, Il mestiere di vivere, en un día como hoy pero de 1938). Me pregunto si hoy en día tenemos alguno de estos autores-autores, pero me imagino que la presión de la vida moderna, los focos de la fama (o de la familla, más bien) y la atracción del periodismo hacen prácticamente imposible ese tipo de perfil.