Hay frases que los escritores lanzan a su público lector como si fuesen huesos que hay que roer y roer hasta sacarles el tuétano.
La perfección extrema de la novela es el fruto de la imperfección de nuestra especie, nos azuza
Sergio Pitol desde las páginas de su introducción a
El viaje (dietario de su vuelta por Moscú y Tblisi). El jugo que se le podría sacar a esta frase de marras: sólo con el material más sórdido y repugnante que podamos hallar (el asesino Raskolnikoff, el repulsivo Samsa, el cornudo Bloom) puede la novela levantar sus más bellos edificios. Imagino que en ese feísmo verista se separa la narrativa actual de la epopeya clásica. ¿Y qué pasa cuando, con palabras de
Rafael Argullol, observamos que
el conocimiento poético es un reconocimiento de lo que ya vive en nosotros? No somos más que un albañal falsamente embellecido.