Para mí, y de forma por la tanto absolutamente caprichosa, hay dos escritores que llevan sobre sus hombros (o entre sus líneas) el peso de la
grandeur francesa:
Malraux y
Gide. Del primero porque no le falta detalle para ser condecorado como “el gran escritor que hizo todo lo que debía hacer un gran escritor”. El segundo porque da la impresión de que toda la fuerza se le va en jusficarse a sí mismo y a su grandeza:
no he sido nunca más modesto que al obligarme a escribir cotidianamente en este cuaderno páginas que sé y siento tan pertinentemente mediocres, repeticiones, balbuceos, tan poco apropiados para ser admirado o amado (escribe en el día de hoy pero de 1916). Lo siento, pero creo que ni él mismo creía en su modestia de quita y pon. Ahora que lo pienso, a lo mejor la causa profunda de la
grandeur está en llamarse André.