De todos los géneros literarios, es la novela el de nacimiento más tardío y el de envejecimiento más acelerado. Si no podemos hablar de novela como tal (de lo que en otras lenguas se llama “roman”) hasta el siglo XVII y aún así no alcanzará su forma definitiva hasta el XVIII con las ramas francesa e inglesa de la estirpe cervantina, compárese la antigüedad del formato con la de la lírica o la épica, por ejemplo.
A menudo se ha relacionado el desarrollo de la forma novelesca con el éxodo europeo del campo a la ciudad. En cualquier caso es evidente que
Moll Flanders o
Jacques el fatalista nacen dentro del perímetro urbano, igual que su joven compañero el Lázaro que ya adulto y cornudo recorre las calles del Toledo renacentista. El
flâneur, ese mirón ocioso y callejero de
Charles Baudelaire y
Walter Benjamin, es el novelista por excelencia. Es por este motivo que hay ciudades que están atadas a sus autores: Dublin a
Joyce, Londres a
Woolf, San Petersburgo a
Gogol o París a
Hugo: estos son casos de manual. Se puede decir, de este modo, que la novela discurre de la ciudad contrarreformista y barroca del
Guzmán de Alfarache al Faubourg Saint-Germain de
Marcel Proust. Pero se detiene en un punto concreto y no ha sabido ponerse en marcha de nuevo. Ese punto es Auschwitz: el universo concentracionario.
A partir de aquí la novela, y creo que el arte en general, se para, se mira el ombligo, levanta la cabeza y vuelve a mirarse el ombligo. Y así estamos sesenta años después. Es la época del manierismo, del acto por el acto, del medio por el mensaje. Una revolución cada dos horas, una vanguardia en el bolsillo de cada artista. En esto aparecen las nuevas técnologías de la comunicación y acaban de confundir a los que ya estaban confusos. El soporte se convierte en la única variación. Performances, videoinstalaciones, literatura electrónica, nuevos ropajes para esconder la realidad: el rey de la cultura está desnudo. ¿Qué camino coger? Los más lúcidos y, hasta ahora, los únicos que se han decidido a dar un paso (aunque no está claro que sea siempre hacia delante) han propuesto una recreación del canon novelístico a través de la fusión con otros géneros. Esta iniciativa ni es nueva ni es ajena a la tradición literaria: la novela nació como un género menor que echa mano de materiales muy diversos. Si no, que se lo digan a
Cervantes.