Normalmente no hago mucho caso de las tesis catastrofistas del tipo el fin de la lucha de clases o la desaparición de la novela. Pero cuando se trata del final de la historia del arte, al menos tal y como la hemos conocido desde el Renacimiento hasta los años sesenta, ya no me pongo tan a la defensiva y me dejo convencer con más facilidad. Digo esto al hilo de la lectura del más que irónico y divertido ensayo de la profesora
Marie-Claire Uberquoi tan bien titulado
¿El arte a la deriva? Con un bisturí nada temblón, la señora
Uberquoi va diseccionando uno a uno los movimientos autodestructivos que el arte ha engendrado desde que
Marcel Duchamp presentó en público su primera rueda de bicicleta y le puso la etiqueta de objeto artístico. Los retratos que la autora hace de
Andy Warhol y
Joseph Beuys son corrosivos, aunque, todo hay que decirlo, el sarcasmo es terreno abonado con ambas figuras. Para mí lo sorprendente es la división tan naturalmente esquizofrénica con la que el arte actual, al menos desde la explosión
pop y hasta el momento, vive su enfermiza obsesión por inmolarse en aras de la pureza intelectual y el claro interés por cobrarnos entrada a todos para que asistamos al entierro. Por ley, debería estar prohibido que nadie diera ni una perra chica por cualquier objeto artístico creado desde que
Warhol expuso las cajas
Brillo. Puros hasta el hambre.
Posted by Hello