Siempre, en cada persona, tenía que ver más allá: el misterio, las relaciones, los encuentros, las alusiones entre los sexos, los roces de las palabras. Pero cuando lo contaba, nunca ponía los puntos sobre las íes; dejaba que el otro los añadiera. Uno tenía que adivinarlo por él mismo. Eso es lo que dice sobre monsieur
Proust Céleste Albaret, la mujer que cuidó del genio los últimos ocho años de su vida, los más prolíficos. Todo el libro de recuerdos, recogidos por
Georges Belmont y traducidos por
Elisa Martín y
Esther Tusquets para la editorial
RqueR, tiene ese aire hagiográfico, de adoración
naïf que podría restarle cierto valor testimonial pero que, en realidad, nos permite tener un retrato muy cercano del
pequeño Marcel. Se me ocurre que el comentario de Céleste es una introducción perfecta para la
Recherche.