Ahora que estoy fatigando los anaqueles de la revista
Archipiélago, saco a colación un comentario que
Rafael Argullol hace en el número 50, el que dedicaron a las relaciones entre literatura y filosofía. En ese artículo
Argullol asegura que
la belleza de la escritura es siempre inferior a la belleza que la escritura ha querido evocar. El sonido original de la vida siempre se pierde. Golpe bajo. De nuevo el enfrentamiento tan propiamente romántico entre la vida y la literatura (como diría
Wordswoth:
Books! ‘tis a dull and endless strife; ¡
Libros! qué lucha tan aburrida y sin fin). Se me hace extraña esta idea de que el arte escritural no es más que un tenue reflejo de lo que de verdad está ahí. Yo siempre creí que lo que vemos, palpamos, olemos no es más que letra, el resto no existe. Más allá del decir, no hay nada, es nuestra particular no mans land.