Al final de su famosa carta,
Hugo Von Hofmannsthal a través de su Lord Chandos le hace saber a Francis Bacon y a la posteridad que no se espere de él que pergeñe más libros literalmente
porque la lengua, en que tal vez me estaría dado no sólo escribir sino también pensar, no es ni el latín, ni el inglés, ni el italiano, ni el español, sino una lengua de cuyas palabras no conozco ni un sola, una lengua en la que me hablan las cosas mudas y en la que quizá un día, en la tumba, rendiré cuentas ante un juez desconocido. Hay una filiación directa entre esa sensación tan moderna (tan de Bartleby y compañía) de haber llegado a los límites humanos de la lengua y la
cortedad del decir, ese
no sé qué que queda balbuciendo, de
Juan de la Cruz. Es el non plus ultra de la dicción humana. Pues, eso, que quede el silencio.