Hay libros —la gran mayoría— horrendos. Pero nadie está obligado a leerlos. He llegado, incluso, a arrojar algunos por la ventana de mi casa. Llegué a tener una denuncia por haber derribado a un honrado transeúnte sobre el que cayeron las obras completas de varios autores.El párrafo pertenece a una entrevista que Enrique Vila-Matas concedió al diario argentino Clarín y que apareció ayer en su suplemento cultural Revista Ñ. Para mí, lo más destacable del diálogo está en la coda ...pero nadie está obligado a leerlos. Parece mentira que se nos olvide constantemente que no es un imperativo (ni legal, ni moral) leer un libro, cualquier libro, ningún libro. Por eso, la crítica que hiere y saja sólo sirve para retratar al espadachín de turno, al matasietes con estilete de tinta invisible, aquella que tanto nos gustaba cuando niños, porque a las pocas horas se volatilizaba. Como la mala crítica, como la mala lectura. Y ya que los idiotas corren más que los sabios, no se pierdan el rizo del rizo que ABC se saca de la manga al leer esta misma entrevista: Zapatero es malo, señorita, eso ya lo sabía Flaubert y Vila-Matas es el oráculo de Delfos.PS.- Ahora que me doy cuenta: a pesar de que Vila-Matas es uno de mis autores españoles favoritos, nunca he escrito nada sobre él. ¿Mala conciencia? Más bien pésima consciencia.