A pesar de la lengua que compartimos el Atlántico todavía separa la literatura española de la hispanoamericana y a esta última la confina en sus respectivas fronteras nacionales. ¿Qué sabemos realmente de lo que se escribe ahora en Venezuela, en Panamá, en los mismos Estados Unidos? Muy poco. Además lo que nos llega siempre ha sufrido un doble filtro: el primer en su país de procedencia (crítica, público, editoriales), el segundo aquí. Pienso, por ejemplo, en el argentino Raúl Brasca, autor genial que tanto ha hecho por ese macrouniverso que recibe el nombre de microrrelato o cuento breve y al que espero poder dedicarle pronto un comentario de más enjundia. Un caso de este tipo me sucedió con el mexicano Mario Bellatin. Sin la campaña de autobombo (y platillo) de la gente del Crack, Bellatin ha creado sus novelas fuera de las modas al uso en la narrativa hispana (o de la percepción tendenciosa que tenemos de ellas a este lado de la lengua). Siguiendo el consejo de Sergio Pitol, que lo recomienda en El mago de Viena, leo Damas chinas que se convierte en una gratísima sorpresa. Dividida en dos mitades, una fría y seca, la de la narración realista (entre comillas, si quieren), con un tono cercano al de El túnel de Ernesto Sábato; y otra desvirtuada, desfigurada, la del sueño de un niño, Damas chinas es una novela breve que además de leerse de un tirón aumenta el santoral de los buenos escritores mexicanos. Y que siga mucho más.