En el mismo día leo, por pura casualidad, la descripción del ritual de la matanza del cerdo es dos autores diferentes y en dos países distintos: Bohumil Hrabal y John Berger, Francia y la República Checa. En el primero (dentro de su libro Personajes en un paisaje de infancia), el sacrifico y despiece del animal se convierten en una gran fiesta de los sentidos, no sólo del sabor, también del color, del sonido, del tacto. El delirante juego final con el embadurnamiento en sangre de todos los personajes, incluidos los más envarados, hubiera hecho las delicias de Mijail Bajtin y le habría venido como anillo al dedo para demostrar por enésima vez su teoría del carnaval como inversión del sistema establecido. Esta querencia por la comilona como momento destructor/generador de nueva vida ya había alcanzado cotas magistrales en Yo que he servido al rey de Inglaterra. Lástima que Bohumil Hrabal sea uno de esos autores que muchos considerarán secundarios, oscuros, y que sin ambages merece un reconocimiento mucho mayor, quizás incluso por encima de su discípulo Milan Kundera. Otro solapado por el mercado actual es John Berger. Aunque la crítica lo adora y algunas figuras públicas lo exhiben como referente artístico (pienso en Isabel Coixet que siempre que puede habla maravillas de él), no es autor de masas. Es verdad que la trilogía De sus fatigas ha salido en versión de bolsillo para Punto de Lectura, pero no sé si venderá mucho. En el primer volumen de este conjunto, Puerca tierra, Berger también nos describe el momento de la matanza en un pueblecito (aldehuela, más bien) francés. Pero la diferencia con el tono bajtiniano de Hrabal es diferente. El autor prefiere entonar un sentidísimo plancto por la muerte del mundo rural, una elegía dolorida del terruño. Hrabal y Berger, dos autores que se merecen más que este comentario de comparación a vuela pluma.