Con semanas de retraso me entero de que ha muerto
Peter E. Russell, uno del los últimos representantes del más exquisito hispanismo inglés, esa corriente de la investigación filológica e historiográfica que tanto bien ha hecho a este país. No puedo evitar pensar en
La Celestina cuando veo escrito el nombre de este hispanista, a pesar de que se enfrentó a tantos otros jalones de la literatura hispánica. Y me pasa eso porque su edición de la tragicomedia es la que más veces he utilizado y con la que me he sentido más cómodo. Con la muerte de
Russell se cierra un capítulo del conocimiento histórico de nuestra cultura y se abre como en todas estas ocasiones un interrogante ¿tienen sentido para el lector medio actual los clásicos? ¿quién lee hoy
La Celestina? Es curioso porque, en mi opinión, la obra de
Fernando de Rojas está más viva que nunca y me parece mucho más cercana como texto literario que el noventa y nueve por ciento de las novedades que enfilan los escaparates de las librerías. No obstante, la tragicomedia tiene (mala) fama por ser, según el tópico perezoso, un texto difícil. Yo les propongo un ejercicio simple: abran
La Celestina por cualquiera de sus veintiún actos y cotejen el resultado con cualquiera de las novelas que tengan en su mesita de noche. Si no siguen leyendo la obra de
Rojas es porque ya estaban metidos en el
Quijote o en
Shakespeare. Sólo en ese caso entendería la deserción, en cualquier otro, tarjeta roja.