
La metáfora según la cual los clásicos son aquellos a los que uno puede volver como a una casa en la que vivió hace tiempo me parece la más acertada de todas las que he leido. Así me pasa siempre cuando vuelvo a
Benito Pérez Galdós, que es sin duda un retorno agradable. Los que lo acusan de desmañado, de vulgar, de zafio (amparándose en la maldad valleinclanesca de apodarlo “el garbancero”) no saben lo que se pierden. Ya no es sólo la riqueza de su lengua, sino sobre todo la facilidad con la que plasma el español hablado, maestría a la que apenas se acerca su discípulo no reconocido
Cela. Nada más que por esto ya merecería mejor fortuna en el canon hispánico. ¿Qué autor vivo puede presumir de esta frescura? Casi siempre, cuando uno abre una novela actual tiene la impresión de que los personajes utilizan una lengua de cartón piedra. Y los autores hasta entran en la Academia, con todos los honores.