la letra sin sangre entra
Blog de libros y literatura
escrito por
Francisco Herrera
22 septiembre 2004
Thomas Mann y la muertenveneciafilia
Como ocurre con los flaubertianos, los amantes y seguidores del genio de Lübeck se dividen generalmente entre los severos “montañamagiquistas” y los dramáticos “doktorfaustusianos” (y raramente en “muertenveneciafílicos”, secta minoritria y poco recomendable.
Los primeros sacan a relucir la caracterización de los personajes, la fabulosa elección del paisaje como fuerza bruta del libro para disculpar su preferencia por
La Montaña Mágica. Ahora que lo recuerdo, en Asturias hay una fonda –lo que en la jerga moderna se llama un alojamiento rural- que se llama de igual modo y que colecciona ediciones de todo el mundo de este título; además si vas y les regalas una edición que no tienen te puedes alojar gratis.
Los aficionados que izan la bandera del
Doktor Faustus se parapetan en un
Thomas Mann escondido trás su riqueza intelectual, su fervor melómano y la exaltación de la amistad por encima de todo. Los sectarios de la
Muerte en Venecia son en muchos casos exaltados decadentistas (si se nos permite el oxímoron) y venecianistas (con perdón de la corriente poética homónima).
Por cierto, qué juguete mágico es la versión de
Visconti, cuádruple obra de arte. En primer lugar está el aspecto literario, con esa fusión creciente entre el deseo y el destino; luego el aspecto muscial (con
Mahler) y la excelente ocurrencia de trasladar el oficio del protagonista a la dirección de orquesta. En tercer lugar está el objeto fílmico en sí con la excelente actuación de
Dirk Bogarde y una ambientación cuidadosísima. Y en último puesto, la ciudad de Venecia en sí, un lujo imponderable que el mundo actual quizá no se merezca.
Por estas palabras se puede pensar que esta es mi obra manniana favorita. Pudiera ser. Pero también me entusiasman la recoleta
Mario y el mago y los primeros capítulos de
Las confesiones del estafador Felix Krull, auténtica picaresca contemporánea, cuyo final en falso la desmerece de forma tan injusta como imprevista. Lástima que
Mann no encontrara tiempo y ocasión para continuar las diabluras del feliz a su manera Félix.
17 septiembre 2004
Bejarano dixit
Encuentro en el
Manual del lector y del escritor modernos (título sumamente irónico) del jerezano Francisco Bejarano (siento la rima interna) algunos comentarios que coinciden con anotaciones de este diario.
En relación con "De nuevo, Weimar" aparecido aquí el 5 de septiembre pasado: "Con ser tan distintos, una cosa tienen en común todos los libros y no es otra cosa que su destino de morir en la hoguera como herejes".
En relación con "Lumi Noso Monte Roso" del 10 de septiembre: "Escribir un libro tiene más de ejercicio de extravagancia que de afán de inmortalidad. Pocas cosas más mortales que un libro. Publicarlos -si no es una tarea artesana para bibliófilos- se parece mucho a un trabajo impúdico más cerca de los domadores de fieras o de los equilibristas del alambre que de la literatura. Estudiarlos y criticarlos es labor de médico forense o de taxidermista, no puramente intelectual. Sólo leerlos puede tener algún sentido; pero, claro está, según el lector".
Además de los artículos que aparecen en este libro, se puede seguir a Bejarano por su colaboración con el
Diario de Cádiz, como se puede ver en este ejemplo que se llama
Lecturas de verano.
10 septiembre 2004
Lumi Noso Monte Roso
Cuando la verdadera modestia se confunde con la mediocridad aparecen fenómenos como la minusvaloración de una figura tan fenomenal como la de
Augusto Monterroso. De entre sus luminosas disquisiciones me quedo con ésta que aparece en su personalísimo diario
La letra e: "Continuo siendo más lector que escritor y la verdad es que comprendo muy bien el placer de la lectura, pero todavía no alcanzo a ver claro el que pueda derivarse de escribir".
09 septiembre 2004
La techumbre de Neruda
Encuentro en la Biblioteca Municipal una edición curiosísima (y espléndida) del album fotográfico-poético-biográfico que
Pablo Neruda con la ayuda del fotógrafo
Sergio Larrain recreó sobre su hogar en Isla Negra con el certero título de
Una casa en la arena. La editorial Lumen sacó esta joya en 1966 (¡1966!) y ahora me sirve para subirme al carro del centenario nerudiano. De todas las fotos, en las que abundan piedras, objetos decorativos, detalles de la casa, me quedo con esta que reproduzco aquí y que enfoca las vigas del techo de la casa “bautizadas” con los nombres de sus amigos. Incluyo el texto que acompaña a la foto.
"Los nombres: No los escribí en la techumbre por grandiosos sino por compañeros.
Rojas Giménez, el trashumante, el nocturno, traspasado por los adioses, muerto de alegría, palomero, loco de la sombra.
Joaquín Cifuentes, cuyos tercetos rodaban como piedras del río.
Federico, que me hacía reír como nadie y que nos enlutó a todos por un siglo.
Paul Eluard, cuyos ojos color de nomeolvides me parece que siguen celestes y que guardan su fuerza azul bajo la tierra.
Miguel Hernández, silbándome a manera de ruiseñor desde los árboles de la calle Princesa antes de que los presidios atraparan a mi ruiseñor.
Nazim, aeda rumoroso, caballero valiente, compañero. Por qué se fueron tan pronto? Sus nombres no resbalarán de las vigas. Cada uno de ellos fue una victoria. Juntos fueron para mí toda la luz. Ahora, una pequeña antología de mis dolores".
08 septiembre 2004
Un homenaje
Llevo varios días dándole vueltas a la tragedia de la Escuela Número 1 de Beslán en Osetia del Norte y lo único que se me ocurre es desear a las víctimas que descansen en paz y a los verdugos que la tierra les muerda el alma hasta la médula por toda la eternidad.
05 septiembre 2004
De nuevo, Weimar
Arde la biblioteca de Weimar y el incendio se lleva por delante unos 30.000 libros. ¿Debería parecerme una noticia terrible? La obsesión bibliofílica y la conversión del libro en objeto sagrado es cosa prácticamente del siglo XX, sobre todo de su segunda mitad. Pienso en las fogatas librescas de
Farenheit 451 de
Ray Bradbury y la hoguera final de
El nombre de la rosa que se lleva por delante el libro perdido de la
Poética aristoteliana. Anterior a la preocupación posmoderna por la conversión en humo y cenizas puedo acordarme de la pira funerario-libresca de la bliblioteca y del propio profesor Kien en
Auto de Fe de
Elias Canetti. ¿Habrá una asociación entre las imágenes de la
Kristallnacht con tantos libros quemados en las plazas públicas del Tercer Reich y el miedo a que arda el pensamiento, las ideas, la ibertad de expresarlas? Hasta no hace tanto, éramos consciente de que el libro está hecho de un material que no es eterno y que más pronto que tarde se deteriora y está pensado también para que desaparezca. ¿No queman el cura y el barbero cervantinos por orden del ama y la sobrina la biblioteca, convenientemente expulgada, de Alonso Quijano? Que levante la mano aquel que pueda jurar que no arrimaría, discretamente, una inocente cerilla a una pila de Coelhos, Bucays, Premios Planetas, libros de autoayuda y manuales de instrucciones para el uso de electrodomésticos varios. Aquí huele a chamusquina.
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