la letra sin sangre entra
Blog de libros y literatura
escrito por
Francisco Herrera
31 enero 2005
Si lees, no crecerás
Encuentro por más que pura casualidad este cartel chileno de una feria del libro. Es bizarro,
naïve, divertido. Es entonces cuando me acuerdo de un artículo en la revista
Cuadernos de Pedagogía de hace por lo menos doce años en el que
Félix de Azúa se preguntaba para qué leer. No sé si ese autor se hará todavía esa pregunta pero yo voy a intentar responder a la contraria ¿para qué no leer? Me imagino que uno no lee para saber más, para no perder el tiempo, para no ganarlo, para ser el más listo, para parecerlo, para subirse a un árbol (como el Barón Rampante), para caerse de él, para romperse la crisma, para que lo metan en las estadísticas, para que lo saquen, aunque sea con calzador, para que no llueva tanto, para que se acabe la sequía, para que saquen al santo del pueblo en andas, para que se le caigan los dientes, para tener más miopía, para que le salude el vecino, para ser más pedante, para engatusar a sus amigos, para emperrar a sus enemigos y para qué se yo.
29 enero 2005
Campanas al vuelo
El gremio de editores está bastante contento con la evolución de los índices de lectura en nuestro país, como demuestra la
nota de prensa que aparece en su página web. Al parecer el número de lectores habituales o, mejor dicho, de lectores a secas, va aumentando ligeramente. Se lamenta
El Mundo de que no lleguemos a la altura del público escandinavo y no entiendo la razón. Me gustaría saber cómo hacen estas estadísticas, para qué las hacen y si tiene algún sentido comparar países con tradiciones culturales tan alejadas sin entrar en mayores consideraciones. Pero, bueno, de algo tendrán que vivir los profesionales de la estadística. Y digo yo ¿para qué queremos que se lea más o se compren más libros?
28 enero 2005
Mírame
Muy literaria y muy recomendable la página
Look At Me, que recoge fotografías anónimas, de las que se desconoce quienes son sus protagonistas. Ya llegan casi a las quinientas y algunas, como la que pongo de ejemplo, son realmente muy buenas. Más que una curiosidad.
Shoah banalizada
Llevo toda la semana dándole vueltas a la idea de escribir una entrada en este diario sobre la
Shoah. He pensado en
Jean Amery y sus opiniones sobre la culpa, he repasado
La condición humana de
Robert Antelme y su
Wird sind frei final (dolorosamente contrapuesto al
Arbeit macht frei del frontispicio de la muerte auschwitziano), he evitado a
Primo Levi (el monumento más escalofriante sobre la inhumanidad humana), he buscado argumentos en
Hanna Arendt, he consultado de nuevo las
Radiaciones de
Ernst Jünger (sobre todo el volumen segundo) sin encontrar nada para empezar a escribir. Pero me doy de bruces con algo mejor. La
Cadena SER nos informa:
Esperanza Aguirre asegura que "pasos en la mala dirección" similares a "la detención de unos ciudadanos honrados (...) por el hecho de ser del PP" generaron el Holocausto. Lo siento pero no me parece que este titular merezca ni un comentario digno de ser escrito.
20 enero 2005
¿Quieres hacer el favor de leerme, por favor?
Me parece curioso que los cuentos de
Raymond Carver no tengan más éxito entre nosotros. Bien es verdad que sus libros, gracias a
Anagrama, no son difíciles de encontrar y que sus textos sirvieron de base para el film de
Robert Altman Vidas cruzadas (Short Cuts) pero no creo que se le reconozca demasiado mérito entre el (gran) público lector. Pienso que
Carver ha sido el alumno más aventajado (hasta llegar a superar al maestro) de
Ernest Hemingway. Como es sabido,
Hemingway pensaba que las historias sólo deben mostrar la punta del iceberg y dejar el resto a la imaginación del lector. Lo que Don Ernesto no imaginaba es que su discípulo conseguiría resultados tan apabullantes. La estela de la lectura de
Carver es la zozobra.
18 enero 2005
No hay dos sin tres
Y para terminar (al menos por hoy)
Don Tomás (Über)
Mann le rasca el cuello a su chucho sin que se mueva la raya del pelo.
Pose cánida
Y ahora
Guillermito Faulkner... Atención a los estiramientos caninos (del perro no del amo).
Hágase una foto con su perro (si quiere ser un buen escritor)
Abrimos con esta foto la galería de PERROS + DUEÑOS. Aquí
Don Ernesto del Camino de Heming.
Más de lo mismo
En el artículo anterior había un error de enlace (repetí dos veces el mismo) pero por suerte Palimp me lo indicó. Caso resuelto y miles de gracias. De ese texto extraído de
El Mundo de ayer me gustaría resaltar las declaraciones de un profesional del gremio.
Desde su librería, Alejandría (sita en Sevilla), Quesada
apostilla: “Los libreros de viejo nos estamos convirtiendo en el
fondo de las librerías de nuevo. Antes, si un libro no estaba en
el catálogo de novedades, el librero -entonces un conocedor de
la literatura y de su oficio y no un mero vendedor- buscaba en
el almacén de la librería en cuestión”. Y el caso es que lo
encontraba. Pero hoy la cosa es bien distinta: estamos en un
país en el que se edita la barbaridad de 78.000 títulos anuales,
y es un riesgo para las editoriales imprimir grandes tiradas.
“Incluso las pequeñas editoriales que cuentan con el respaldo de
grupos potentes se ven obligadas a editar por pedidos. Sacan,
por ejemplo, una tirada de 500 ejemplares y no vuelven a
reeditar hasta que tienen un número de pedidos considerable”,
añade Quesada, quien preside La Feria del Libro Antiguo y de
Ocasión de Sevilla.
Pues así están las cosas.
17 enero 2005
Otro enigma nacional
De nuevo, otro de los grandes misterios hispánicos. O quizá el más grande. ¿Cómo es posible que en un país en el que la mitad de la población adulta reconoce que nunca abre un libro la producción editorial crezca desmesuradamente cada año? El Mundo dio las cifras hace unos meses:
77.950 libros se editaron en España en el año 2003. ¿A dónde van a parar? ¿a la guillotina, a las papeleras, a los contenedores?
Una cuestión muy relacionada con esta es la de los descatalogados. Vale la pena echarle un vistazo
a este otro artículo del mismo periódico sobre el tema. A ver si dentro de doscientos años un científico nos explica tanto fenómeno extraño.
16 enero 2005
Enigma nacional
¿Alguien sabrá explicar alguna vez por qué en España se pone de moda una librería especializada en cine como
Ocho y Medio y sin embargo no hay ni un solo lugar, físico o virtual, en el que poder comprar de forma satisfactoria películas que no sean comerciales? ¿Para qué queremos los libros sobre
Carl Theodor Dreyer si en nuestro país no hay disponibles en DVD ni uno de sus filmes? Otro más para la colección de misterios de la madre patria.
Una corriente arremolinada
Con los comentarios de
Quentin Bell sobre el salto generacional entre el victorianismo tardío de
Leslie Stephen (el padre de
Virginia Woolf) y su amigo
Henry James y el grupo de Bloomsbury, sutilmente capitaneado por las jóvenes
Stephen (
Woolf y
Bell respectivamente de casadas), se llega a una comprensión mejor de este aspecto de la historia literaria inglesa. Con la nueva generación se ha roto el corsé de las buenas formas y se ha ganado, desde luego, en espontaneidad. El autor de
Las bostonianas se queja amargamente: “¡Deplorable, deplorable! ¿Cómo han podido
Vanessa y
Virginia reunir semejantes amigos?”. Por su parte la futura
Woolf describe así sus sensaciones ante ciertos comentarios del señor
James sobre su idea de hacerse escritora: “Me sentí como un condenado que ve caer el cuchillo, pararse y caer de nuevo”. Claro que ella no se quedó atrás a la hora de enjuiciar el estilo literario del amigo de su padre: “No resulta desagradable, sino muy tranquilo, como un paseo en el crepúsculo, pero no es la materia de un genio: no, debería ser una corriente arremolinada”. Una corriente arremolinada: creo que no hay manera de definir mejor la separación entre la tranquila orilla victoriana y el mar embravecido del modernismo woolfiano. ¿Y acaso no fue bajo el curso embravecido de un río que Virginia recortó su vida?
Amor londinense
En efecto, ya ha salido el volumen prometido por
Lumen sobre Londres de la insigne
Virginia. Libro, propiamente libro, no es; se trata, más bien, de una colección de artículos sobre la capital del Imperio Británico que aparecieron entre 1931 y 1932 en la revista
Good Housekeeping con la curiosidad de que uno de los textos, que se daba por perdido, ha sido bien hallado. Los primeros artículos no resultan en exceso interesantes, pero los tres últimos me parecen de una calidad altísima, al nivel de las mejores páginas woolfianas. La conclusión del texto dedicado a las abadías y catedrales de la ciudad es una joya. En otra parte, la suave ironía, tan típica de la autora, se descarga sobre los miembros de la Cámara de los Comunes en un párrafo que me permito copiar:
“Sentándose y levantándose, moviéndose y quedándose quietos, los representantes de los Comunes traen a la mente el recuerdo de una bandada de pájaros al posarse sobre una porción de tierra labrada. No se están quietos durante más de unos pocos minutos. Los hay que no hacen más que levantar el vuelo, y otros que no hacen más que posarse otra vez. Y de esta bandada surge constantemente el parloteo, los graznidos y los gritos propios de una bandada de pájaros que discuten alegremente, y de vez en cuando con vivacidad, acerca de una semilla, de un gusano, de un grano enterrado”.
Como se ve, la cosas no han cambiado mucho en el sistema parlamentario casi un siglo más tarde. Pero la composición que merecería estar en una antología de
Virginia Woolf sería “Casas de grandes hombres”. En este artículo la autora echa mano a su recurso favorito: la recreación de la vida diaria de los grandes personajes literarios ingleses. ¿No es ese el aspecto más curioso de
Orlando y el tema fundamental de
Flush? Bienvenida la nueva entrega de la futura y utópica biblioteca
VW.
13 enero 2005
Virginia is coming back (again)
El Cultural de El Mundo saca en portada a
Virginia Woolf con la excusa de la publicación por Lumen de un volumen de prosas (así lo llama la reseña) sobre la ciudad de Londres. Bienvenidos sean todos los intentos de sacar a la luz, por enésima vez, a la escritora más importante del siglo XX. Pero yo me pregunto: ¿no sería más interesante sacar del limbo de los libros agotados tantos textos woolfianos que la propia Lumen no se preocupa de reeditar?
Si tenemos en cuenta que obras tan importantes en la trayectoria de la gran
Virginia, como
Los años (
The Years),
Entre actos (
Between Acts) o
Noche y día (
Night and Day) son inencontrables cuando se editaron hace poco más de diez años, ¿por qué no se hace una operación de rescate y algún editor avispado saca una auténtica biblioteca VW? Urge la iniciativa y Lumen tiene todas las cartas para hacerlo. A ver si ahora con el éxito mediático que ha tenido la melodramática novela-film
Las horas tenemos algo de suerte los seguidores de Virginia y se pone fin a este agujero negro. De todos modos no todo son quejas: Siruela mantiene en catálogo los diarios woolfianos de 1925 a 1930 y RBA ha sacado en una colección de quiosco muy barata y bien presentada la biografía que el sobrinísimo
Quentin Bell hizo de su tía y que abrió las puertas de la crítica universitaria inglesa al vendaval
Virginia.
En cualquier caso, ya está bien de tanto hacer negocio con el año santo del manchego (que acaba uno harto de las miles de ediciones cervantinas que invaden las librerías).
Menos Quijotes y más Orlandos.
Henry Conrad & Joseph James
La destrucción del edifico novelesco victoriano fue una labor de zapa de dos anglófilos que no habían nacido en Albión.
Joseph Conrad, polaco de origen,
Henry James estadounidense de cuna, toman lo mejor de la narrativa inglesa finisecular y la elevan a alturas de estilo que difícilmente se han superado después. Claro que más tarde llegaron
Joyce,
Woolf,
Lawrence et alii y pusieron a la novela inglesa de vuelta y media, si se me permite la expresión. Pero esto es harina de otro costal. Lo que a mí me llama la atención de los dos primeros es su facilidad para crear figuras nacidas del más puro desconcierto.
Los protagonistas de
Conrad son seres anómalos que se mueven en un mundo que no los comprende. Y esa incomprensión nace de su entereza, de su coherencia interna. Los personajes conradianos son éticos hasta la médula y siempre les queda una deuda que acaban pagando con una fidelidad que asusta. Son paradigmáticos de este comportamiento el Heyst de
Victoria (
Victory) o el
citoyen Peyrol de
El pirata (
The Rover), aunque en realidad cada uno de los personajes de los libros de Conrad lleva la honorabilidad,
sui generis, marcada a fuego en la frente como si fuera el único destino posible. Al igual que un
Raskolnikov impasible,
Lord Jim vive inmerso en un remordimiento que pagará con la única moneda permitida: su vida. Como explica el autor en
Victoria:
Verdad, trabajo, ambición, amor propio, pueden ser sólo fichas en el despreciable y lamentable juego de la vida, pero si uno las coge, su obligación es seguir el juego.
Es evidente que los protagonistas de las novelas jamesianas tienen otra coherencia. El
Hyacithus de
La princesa Cassamasima (
The Princess Cassamasima), por ejemplo, encuentra una vía terrible para terminar con el conflicto entre el compromiso y la sangre. Pero en cualquier caso, hay en ambos autores un suelo ético inamovible.
Leer (mal o bien)
Leer mal un texto es la cosa más fácil del mundo; la condición indispensable es no ser analfabeto (Alejandro Rossi, Manual del distraído). Debajo de esta aparente contradicción hay una evidente mala uva. Leer es, en sí, leer mal tal y como están las cosas actualmente. El texto de Rossi hace un repaso a los modos de lectura actuales y no deja títere con cabeza. En consecuencia, leemos mal ¿y qué?
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