Dice Rafael Argullol en su Manifiesto contra la servidumbre que hemos denunciado las raíces utópicas de las ideologías totalitarias, pero hemos olvidado, por cobardía o directa aprensión, señalar al monstruo gris, aséptico y ordenado que vive entre nosotros. Esta sentencia, que sirve tanto para Adolf Eichmann como para el último hijo de Aitor que le saca brillo a la 9 mm Parabellum en su madriguera, nos plantea a los demás un acertijo ¿somos nada más que timoratos o miramos hacia otro lado por simpleza mental? La respuesta que cada uno dé a esta pregunta nos pondrá a un lado o al otro de la línea roja. Hasta ahora, muchos habíamos hecho nuestro el verso de Ricardo Reis, a la patria, mi amor, prefiero rosas. Pero ya no es tiempo de rosas, es tiempo de saber dónde queremos que pisen nuestros zapatos. Y los de nuestros hijos.
Lo de Alfaguara ya es a cara descubierta. La sorpresa que nos tenía preparada para su cada vez más desprestigiado (si en algún momento tuvo prestigio) Premio Idem de Sí Misma ha sido…
Santiago Roncagliolo, que casualmente de las casualidades que a uno le pasan de cuando en cuando es autor en nómina (o colaborador amiguete) en El País y bloguero de last generation en El boomeran (ay, perdón, que siempre se me olvida la g). ¿Tendrá algo que ver este Santiago con Polanco? Pero qué mala es la maldad.

Mientras la imagen de
Jean Paul Sartre como el gran papa marxista-existencialista que se propuso ser parece extinguirse sin remedio del imaginario cultural, la figura silenciosa de
Albert Camus se va agrandando con el paso de los años. Hay algo de imágenes opuestas entre los dos autores franceses, que el tiempo ha resuelto de forma inmisericorde a favor del segundo. En contraposición con los libros de
Sartre, que se han ido acartonando con el tiempo y a los que la tinta se les ha vuelto plomo en las alas, los escritos de
Camus se hacen más ligeros y conectan mejor con el lector medio del siglo XXI, el que ya nunca llevará jersey de cuello vuelto ni fumará
Gitanes. Todo esto viene a cuento por la lectura del volumen que incluye
Bodas y
El verano, un auténtico banquete del pensamiento más incisivo y de filiación conscientemente mediterránea. Que tome nota
Manuel Vicent y se deje de tantas alcachofas y zarandajas.
Yo lo siento, pero si tengo que elegir un
Pío, me quedo con
Baroja; si un
Federico, que sea
García Lorca; si un
César, que sea
Vallejo. El que prefiera la libertad digital a la libertad a secas con su pan se lo coma.
Yo nunca creí que alguna vez llegara a hablar en este cuaderno sobre Antonio Burgos, pero cosas más raras han pasado en mi vida (y en la de ustedes también, espero). El caso es que vía blogpocket me entero de la aparición en ABC de un articulito sobre la blogosfera firmado por don Antonio, autor fino fino filipino de los que ya nos quedan pocos en el zoológico periodístico cañí (sobre todo ahora que la canela de Ansón se ha secado) en el que mezcla churras con merinas con ese adjetivo tan tan saleroso que él se saca de la manga y olé. A Antoñito el Camborio Burgos le duele que cualquiera pueda decir lo que piensa, aunque sea detrás de un alias y con una boquita que ni con lejía se lava. Pero es que la gente es ansí, que diría Pío Baroja. Confunde autor, de este modo, dos realidades: una, que hay gente a la que no le gusta nada lo que uno hace; dos, que hay medios para decir todo lo que uno piensa, y ahí también se incluye lo que uno piensa mal. Súmense ambas y nos queda la libertad de expresión. Además, este articulito con tanta fama, tanto honor y tanta honra me pareció por momentos un folletín a lo Pérez Reverte.
La foto más publicada de María Zambrano es la que aparece fumando con un larga boquilla de mujer fatal, lo que precisamente le queda fatal para una mujer tan estupenda. Mi Zambrano favorita, por el contrario, es esta en la que aparece con alguno de sus infinitos gatos, esos animales eternamente somnolientos de los que ella y su hermana Araceli eran fieles devotas. Para mí que la pensadora está cavilando sobre gatos cuando nos advierte de que el estado del sueño es el estado inicial de nuestra vida, del sueño despertamos; la vigilia adviene, no el sueño. Abandonamos el sueño por la vigilia, no a la inversa.
Rafael Sánchez Ferlosio, en un como a manera de prólogo nos advierte con firmeza: Desconfíen siempre de un autor de “pecios”. Pues de los que escriben blogs, tres cuartas de lo mismo.
De todos los novelistas norteamericanos del siglo XX probablemente el más manierista (y amanerado) sea Truman Capote. El barroco con cierto toque caribeño, ese que en la pluma de gente como Alejandro Carpentier se convirtió en bostezo y embobamiento, marca una frontera entre Capote y el resto de los escritores de su país, con un estilo tan seco y tan poco dado al retorcimiento de las palabras. Sólo a él, que para eso había nacido en Nueva Orleans, se le podía ocurrir una imagen como la que compara un pequeño acordeón comprado por correo con un pulmón de nácar y papel plegado como hace en Otras voces, otros ámbitos (Others Voices, Others Rooms).
Los días estaban llenos de lagunas, probablemente porque eran demasiado iguales. Y cuando ocurría algo importante resultaba imposible dejar las cosas claras. Las lagunas inundaban incluso esos días. ¿A alguien se le ocurre alguna definición mejor de la infancia que esta incluida por Jonathan Lethem en La fortaleza de la soledad (The Fortress of Solitude)?
Pongo la radio y en ese momento están emitiendo una entrevista con un artista de moda. Como siempre, el buen señor se queja de la falta de apoyo institucional, del aborregamiento de la masa social y de que la carretera de Albacete no pasa por Mazagón. Nos deja de broche de su discurso una perla: la base de su arte es absolutamente poética, porque la poesía es la actividad humana más alejada de la suciedad mercantil. Ideas fotocopiadas. Poses repetidas hasta la hartura (que no la altura precisamente). El artista, ese ser incontaminado, se ve a sí mismo como poeta maldito, sablista macilento y maldesayunado, figura que tanto furor hizo a principios del siglo pasado. Pero a estas alturas de la película ya sabemos todos de qué va el guión. Esta víctima de la incomprensión mundial es la primera en pasar el sombrero cuando termina la canción. Siga cantando, don saltimbanqui, que eso es lo que tiene la vida, cantar y saltar.
No hace mucho que ha salido al mercado, de la mano de la línea editorial de ESIC, Blogs, la conversación que está revolucionando medios, empresas y a ciudadanos. Los coautores son Octavio I. Rojas, Julio Alonso, José Luis Antúnez, José Luis Orihuela y Juan Varela. Se hace raro tener entre las manos un libro que habla de blogs. ¿Qué utilidad puede tener? ¿a qué tipo de lectores se dirige? ¿cómo lo recibirá el maremagnum editorial? ¿cómo se pone de acuerdo a cinco especialistas para que haya una continuidad en la escritura?
El libro tiene un tono desigual, como era de esperar de la autoría colectiva, pero hay algo que une a los cinco escritores, la pasión por el fenómeno blog en el que ven más una revolución social que un medio a desarrollar. Lo que no veo muy claro es a qué tipo de lector va dirgido. Si es para principiantes, el volumen resulta técnico en exceso, a veces incluso algo esotérico. Si se enfoca hacia un público ya iniciado, corren el riesgo de caer en exposiciones excesivamente simples (la verdad, muy pocas). La peor crítica que se le puede hacer resulta intrínseca al medio: un libro no puede participar en el sistema 3.0 de participación activa del ciudadano. Un libro es otra cosa. Este también.Una experiencia curiosa. Por primera vez se puede decir que podemos hojear un blog en español. Nota: he cruzado este post con mi blog sobre enseñanza del español como lengua extranjera. No son dos pájaros, pero sí un solo tiro.